martes, 18 de noviembre de 2014

Se le olvidó respirar.


Y se le olvidó respirar, absorto por la cotidianidad se dejó llevar a ningún lugar y desde allí no supo regresar. Lo había perdido todo, se le olvidó respirar. No recordaba cómo se hacía, no recordaba la sensación de llenar los pulmones, de sentir como el cerebro se oxigena buscando ideas nuevas, sueños nuevos; se le olvidó respirar.
Anda ahogado, nadando en el mar de la vida sin rumbo y con poco oxigeno. No sabe qué hacer, no sabe cómo volver…
He emprendido un viaje  en su búsqueda, quiero recuperar al niño que yace sin aire en el fondo de mi ser. Ese que me ayudaba a soportar la realidad, ese que me susurraba al oído que un mundo mejor es posible, ese que me decía que las personas de  buen corazón siguen poblando la tierra, ese que me recuerda quién soy.
Nunca debí abandonarlo.

El niño que llevamos dentro nunca crecerá, debemos cuidarlo, protegerlo y alimentarlo. De él depende  gran parte de los mecanismos que nos hacen sonreí 
¿Hay alguien que sonría más que un niño?

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