Cada día me enfrento a él, a golpes, a besos... lo amo y odio a partes iguales, no lo quiero junto a mi pero no sé vivir sin él.
Al verlo mi piel se eriza, mi cuerpo tiembla, no sé cómo actuará, debo controlarlo y he de reconocer que a veces es muy complicado por no decir imposible.
Me anima a buscar mi protagonismo, a reclamar mi parte del pastel, a pensar en mí mismo y menos en los demás, ¿Alguien se preocupa por ti alguna vez? me dice a menudo y me hundo.
Estoy hablando de él, de mi gran enemigo; estoy hablando de mí, de mi Yo interno, ese con el que cada día al despertar lucho, ese que se alimenta de mis debilidades y miedos, ese que me hace desconfiar de los demás.
Aquí en la isla se ha vuelto más débil, no tiene objetivos reales en los que focalizar su ira, su maldad.
A fin de cuentas somos el resultado del tiempo que le dediquemos, hay que ignorarlo, hay que hacerle ver que otra vida es posible sin él.
Lo he obligado a naufragar en el mar de mi interior, flota a la deriva, sé que volverá a tierra firme algún día, espero estar preparado, levantaré murallas, colocaré alambre de espino, le dificultaré la entrada.
Sin él la vida se llena de color y esperanza.
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