Llega al nacer, se pega en nuestra piel y es por la que respiramos durante
mucho tiempo. Empuja la voluntad, dirige los deseos y elimina las barreras.
Con el tiempo se va perdiendo, con el paso de los días se va deteriorando,
requiere mantenimiento, necesita alimento, está viva y lo olvidamos.
A final se va, se marcha, aburrida de tanto materialismo, de tanta cruda realidad.
Perderla es perder la vida, perderla es andar sin rumbo, es vivir una vida
entre la sombras si futuro.
¿Por qué se va? ¿O realmente no se ha ido? Está ahí, entre los entresijos
de mi mente, entre las voces de mi boca, entre el tejido de mi corazón, porque
es allí donde nace.
Hace tiempo que dejé de alimentarla, que dejé de mantenerla, que dejé de
dedicarle tiempo y se apagó, como una gran estrella que desaparece del
firmamento.
Quiero recuperar mi esperanza, quiero recuperar el sentido de mi vida, quiero
volver a saltar barreras imposibles, a ver la luz al final de camino y sobre
todo a dejar que sea ella la que me diga cada mañana…¡no te rindas!
La voy a depositar en ti, el autor y consumador de la vida, quien me ha demostrado
que detrás de cada puerta cerrada se abre otra mucha mayor, quien me dice esfuérzate y se valiente, quien hasta el día de hoy no me ha abandonado y lo
más importante, quien alimenta mi esperanza haciéndome vivir en la verdad de que ni
lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura me podrá separar de tu
amor.
Allá donde deposites tu esperanza, vivirá tu corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario