miércoles, 25 de enero de 2012

La máscara




Aquella mascara de soberbia, orgullo y vanidad me aportaba invisibilidad. Escondido tras ella podía ser  otra persona. Construida a base de heridas del pasado su aspecto era cuando menos desagradable y servía de acicate en reuniones de pedantes neoliberales que cansados de sus tristes vidas jugaban a reírse de la sinceridad y bondad de los demás.
Enfilé la cuesta convencido de mi invisibilidad. Seguro en mí caminar descubrí que no estaba solo, aquella aventura no la iba a vivir de manera singular.
Los pasos del “otro” sonaban dentro de mí, golpeaban mi cuerpo intentando salir. Por un momento dudé de ellos pero estaban ahí. Era mi otro “yo” el que a base de ponerme la máscara, se había conformado a una vida de oscuridad y ostracismo donde tan solo el recuerdo le acompañaba.
Se había cansado de ser actor secundario, quería recuperar su protagonismo.
—¡Este no eres tú!— me gritaba cual enemigo furioso—¡suéltalo de una vez, no te pertenece!
¿Desde cuándo llevaba esa máscara? ¿Hasta dónde había avanzado? ¿Habrá llegado al corazón?
Así era, el corazón clamaba, gritaba como una madre a la que le quitan su hijo.
Aquellos gritos empezaron a resquebrajarla, las palabras que salían del corazón golpeaban con fuerza la máscara. En poco tiempo fue cayendo y la luz, el aire y la verdad acariciaron mi piel. Durante años había vivido escondiendo mi verdadera naturaleza, había soportado humillaciones, había dejado entrar la apatía y la desgana  y sobre todo había dejado de ser yo.
Estoy recuperando el control  y tengo todo un viaje por delante para aniquilar cualquier residuo de la máscara. No será tarea fácil, pero merece la pena volver a ser yo, volver a sonreír, volver a querer sin condición.
Te espero en la cima, donde todos somos lo que somos y donde la mentira no tiene cabida. 

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